Teoría de las dos puertas

La prisa y el exceso de información impo­ nen un conocimiento rápido de demasia­ das cosas, una forma de pensar en donde no cabe el argumento, solo  queda  sitio para  la frase.

as frases-clave que conforman nuestra con­ ciencia colectiva, encontramos una que preten­ de describir y termina proponiendo un modelo de justicia penal: «entran por una puerta y salen por otra». Si desplegamos como un mapa su sig­ nificado, quiere decir que los delincuentes dete­ nidos por la policía al llegar al Juzgado “entran por una puerta y salen por otra”.

Todos la hemos escuchado alguna vez: pri­mero la anécdota escabrosa en primera perso­ na, despues un cruce desorganizado de opinio­ nes y condolencias, finalmente alguien dice La Frase y su rotundidad deja poco sitio a más con­ sideraciones. En el silencio flota la certeza com­ partida de que algo de nuestra forma de organi­ zarnos marcha mal, no funciona. La expresión popular, como en un anuncio, propone .una se­ cuencia de imágenes que nos traslada un men­ saje mas profundo: el paso por el juzgado de los detenidos malogra el esfuerzó policial y provoca inevitablemente la impunidad del delito.

Si añadimos música de violines buscando la lágrima fácil podría quedar así: quienes han puesto su vida en peligro para responder como se merece la ignominia del tirón del bolso de una pobre anciana pensionista, deben soportar la displicencia de un juez que ignora su esfuer­ zo, incapaz de ver lo que pasa en la calle, ence­ rrado en sus códigos como en un juego. Y así po­ dríamos seguir.

El mensaje de fondo ha calado hasta tal punto en la conciencia social que no es extraño que quien ha sido víctima de un delitd se cuestione la utilidad de denunciarlo; ¿para qué?, si «en­ tran por una puerta y salen por otra». De esta forma, se cierra el circulo infernal de la profecía autocumplida y desde luego, sin denuncia el de­ lito quedará impune. Si seguimos desplegando como un mapa su
significado, escondidas detrás de La Frase des­ cubrimos propuestas de aumento de policías en las calles como solución a todos los problemas, junto con un cierto desprecio a todo lo que sue­ ne a derechos fundamentales o respeto a la dig­ nidad del detenido considerados disquisiciones propias de jueces poco eficaces.

En este punto, advertimos que este estado de opinión termina afectando a principios esenciales para nuestra vida en común. Por eso, frente a las certezas de esta “Teoría de las Dos Puertas”, merece la pena detenerse y mirar la realidad, mas allá de las frases. Porque en algunos casos, los hechos denunciados no quedan impunes y el autor de un delito, antes de salir por la «segun­da» puerta, debe cumplir la condena impuesta por los jueces tras un proceso donde pudo de­ fenderse y, mal que bien, encontraron satisfac­ción los intereses de la víctima y de la sociedad.

Concretando un poco para no generalizar, a fe­cha de hoy, eso ocurrió en casi cuarenta mil ca­ sos. Esa es la cifra de los que están ahora cum­ pliendo condena en nuestras cárceles. Entre una y otra puerta. Probablemente no es agrada­ ble mirarlos pues su imagen nos saca de un cier­ to ensimismamiento satisfecho, todavía pegajo­ sos y empachados de operación triunfo. Pero, aunque no los miremos, casi cuarenta mil argu­ mentos siguen ahí desmintiendo la teoría de las dos puertas y su paso agitado, incansable de allá para acá entre los muros del patio, da cuer­da al engranaje de esta sociedad de frases, en donde no siempre las cosas son lo que parecen.